Hay lugares que no aparecen en los mapas, pero que marcan rumbo en el corazón.
Tuve el regalo de participar en unos talleres de oración que son como un susurro de paz en medio del ruido cotidiano.
Se celebraban en una iglesia de Valencia conocida actualmente como la Basílica, aunque antiguamente se la conocía como la Iglesia de la Compañía, vinculada a la tradición de los jesuitas.
Un espacio cargado de historia y serenidad, que invita al silencio y al recogimiento desde que cruzas el umbral.
Los encuentros eran guiados por una mujer encantadora, cuya delicadeza y sensibilidad se reflejan en cada palabra, cada gesto. Prefiere mantenerse en la discreción, pero su presencia cálida y su forma de acompañar dejan una huella honda y luminosa. Con ella no solo se ora: se aprende a orar. A conectar desde dentro, no desde la costumbre, como tantas veces se nos enseñó de forma apresurada en la infancia.
Y eso, sencillamente, transforma.
Es una experiencia que no exige, sino que ofrece.
Un lugar donde la oración no es un deber, sino un descanso;
no una fórmula, sino una forma de estar.
A veces, para encontrar respuestas, lo único que necesitamos es detenernos y escuchar el latido sereno del alma.
K. M.